De Barcelona a Sevilla, de Sevilla a Badalona. Lleva las tres ciudades en las palmas de sus manos, curtidas en cien tablaos por tanto cantarle al baile, de tanto bailarle al cante, ay, como aprendió de sus maestros Matilde Coral, José de la Vega o Juan Peña el Lebrijano. Y lleva la copla dentro, la de su madre, la de su abuela, la de aquel programa Cantares de los años setenta. Y la arena saharaui pegada a su voz rozada, a su activista corazón de cooperante.

Manuel Fernández Pachón (n. 1971, Barcelona) era un niño de seis años cuando se subió por primera vez a un escenario del barrio de El Poblenou. Estaban allí La Marelu, Los Chichos, Las Grecas y Bordón 4. Aunque conoce en profundidad el cante jondo y se ha dedicado a él durante más de dieciséis años, le gusta más definirse como cantante que como cantaor. Manuel transpira el flamenco por sus poros, con solo caminar, hablar o sentarse. Pero este polifacético artista quiere mantenerse fiel a sí mismo sin engañar a nadie: su obra huele a flamenco, aunque no solo a eso, y no es cante jondo lo que debemos esperar en su disco